Qué suerte que Mercedes Morán empezó a trabajar en la tele hace tres décadas. Qué suerte que, aún entonces, no haya cedido a la tentación de "estandarizar" los rasgos de su cara. Qué suerte que las siliconas no hayan sido casi casi una exigencia del medio. Qué suerte porque así Morán y todos sus personajes lograron ser parámetro de identificación de la mujer de la calle, de todos los días.
Porque a ella se la puede imaginar con el carrito del supermercado, con las penas y las alegrías de todas, mirándose al espejo unos minutos, para arreglarse y no para autocomplacerse.
Una mujer hermosa, que sabe llevar los días que la vida le ha dado con inteligencia, con buen gusto, tan armónica como ella misma se declara.
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